A propósito de la evaluación docente
Escrito por: ConstantinoCarvallo Rey
(20 de Diciembre del 2006)
Tomado del portal del
Consejo Nacional por la Educación
Debería preocuparnos la desmoralización del maestro, su estado de ánimo. Poco contribuye a la mejora de su actuación este modo injusto de responsabilizarlos por una tragedia que poco le ha importado durante décadas a la sociedad peruana. Es fácil señalar que están mal preparados, evaluarlos sin consenso, enfrentarlos con los padres de familia, generar un rechazo de la opinión pública contra ellos. Pero es injusto y contraproducente. Hace unos meses el Banco Mundial publicó un libro titulado Un nuevo contrato social para el Perú. El capítulo seis, "Los recursos humanos en la salud y la educación públicas del Perú", ha sido escrito por Richard Webb y Sofía Valencia y es un esfuerzo por investigar, mediante entrevistas con servidores públicos de estos sectores, las causas del "deficiente rendimiento de los recursos humanos" en salud y educación. Para ambos investigadores las deficiencias humanas en educación son muy graves y son el resultado de un proceso de adaptación histórico difícil de revertir y que tiene su origen en un hecho conocido: el colapso fiscal que redujo sustantivamente el salario real de los empleados públicos. Pero este colapso no fue solo monetario. Un aspecto importante es el de la desmoralización del maestro por la desvalorización de su profesión, "con la pérdida del ethos y la sensación de abandono". El maestro como profesional perdió, junto con el valor adquisitivo de su salario, la consideración por parte de la sociedad. Redujo su estatus, su prestigio: "hace tres o cuatro décadas los docentes eran señores, hoy son proletarios". La causa más evidente, escriben Webb y Valencia, de la desmoralización es la caída del ingreso real.
Los maestros mal pagados y desamparados han sido obligados a buscarse otros trabajos que, de un lado, les permiten sobrevivir pero, del otro, les impiden dedicarse con brío y eficiencia a su profesión docente. Y saben que no cumplen, lo que aumenta el desprestigio y la desmoralización. A la sociedad peruana, a sus sectores dirigentes, poco ha importado este deterioro de la profesión docente ya que se trata de los maestros de los pobres. Y la evaporación del prestigio de la profesión ha hecho que accedan al oficio quienes no pueden ejercer uno mejor pagado y mejor considerado. Según una encuesta de Apoyo "el 42% de los estudiantes de educación había intentado seguir una carrera distinta, y uno de cada tres había elegido educación después de comenzar y fracasar en otras profesiones".
¿Quiénes quieren ser maestros? ¿Cuál es la calidad de las instituciones que los forman? Conocemos bien las respuestas a estas preguntas. Un estudio de Alcázar y Balcázar señala que el 82% de los estudiantes de educación proviene de las clases media baja y baja. Es decir, son ellos mismos los hijos de la pésima escuela pública, de la mala alimentación, de la exclusión y del racismo. De las instituciones que los forman no hace falta decir nada. El Estado ha permitido la proliferación de instituciones, cerca de 400, que son una estafa y también lo son muchas facultades de educación que hoy ofrecen la licenciatura en tiempo récord y por correspondencia.
¿Son responsables los maestros de esta situación? No, como tampoco lo son de las condiciones en las que estudian los más pobres y de todos esos factores que no pueden controlar y de los que depende también el buen aprendizaje. ¿O son ellos los responsables de la miseria en la que se trabaja, de la desnutrición infantil, o la falta de agua potable y a menudo de un lápiz? No lo son y muchos de ellos luchan contra la depresión, el desánimo, la falta de apoyo y consideración y se comprometen con los niños y sufren por la impotencia y por el maltrato que el Estado y la sociedad peruana les dan. Sobre esta mala formación inicial deben padecer las ineficientes capacitaciones que cada administración y cada moda pedagógica imponen, muchas veces para beneficio de terceros. Y luego están las evaluaciones. Como la del 2002, que solo sirve para responsabilizarlos injustamente por un drama de características enormes y que los peruanos no queremos ver.
No hacía falta una nueva evaluación. Y menos una evaluación censal, a todos. Y tampoco sirve una evaluación con cuadernillos y respuestas múltiples porque el oficio está basado en el vínculo con los alumnos, es un trabajo de relación social. No basta saber la teoría, hay que motivar y despertar la curiosidad y el afán de cada niño. Y respetarlo y darle voz y presencia para que piense con su cabeza y pueda crear. Y construir una atmósfera de paz y de confianza y hablar claro y ser entendido y percibido como un maestro bueno, como una autoridad. Y buscar el amor a la patria y el hábito de la democracia. ¿Va a medir esto la prueba de García? ¿Y por qué no son maestros experimentados quienes elaboran estas pruebas? ¿Y quién evalúa a los capacitadores? ¿Y quién pone nota a la gestión del Ministerio?
Lo único que se logra con esta evaluación, con su prepotencia e improvisación, es abundar en la desmoralización. Y en el enfrentamiento. Un estudio reciente de Ricardo Cuenca señala que más del 70% de los maestros sienten que la sociedad no los valora y esta mirada despreciativa incide en la salud del docente, en su estado de ánimo, en su motivación. Si queremos transformar la educación peruana, no basta hablar de estándares y rendición de cuentas, como si los docentes, y los alumnos, vivieran en el mejor de los mundos. Debemos empezar por mejorar la situación real de los maestros. Sus condiciones de vida. Su salario, las facilidades que merece quien tiene en sus manos, en un oficio duro y demandante, el futuro de la pacificación, la construcción temprana de la democracia, el alma de nuestros niños. Tendríamos que empezar por apreciarlos.
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